Premio Nobel tecnología

El mensaje del Nobel sobre la tecnología

Pasó como todos los años. Otra vez, el que esto escribe no ha recibido un Nobel, ni muy posiblemente tampoco el que esto lee. Todos los años, la Academia Sueca –en honor a la verdad, el Banco Real Sueco–, entrega un Nobel de Economía, y los que están en el mundo de los negocios lo miran de costado, leen algo rápido en la web o en la radio, piensan: “Ah, sí, ya lo entendí” o “¿Y a esto qué jugo le saco?”, y siguen con su “business as usual”, como si la teoría económica –o la física, química o médica– no fueran tarde o temprano a impactar en su vida y su trabajo cotidiano.

Sobre todo este Premio Nobel de Economía que, además de un galardón a una labor académica e investigativa profunda, es una llamada de atención global sobre un problema que está detonando rápidamente, y que preferimos – todos y todas– ignorar lo más que podamos: la pobreza, la indigencia y sus consecuencias.

Y sobre ese problema trabajan Michael Kremer, Abhijit Banerjee y Esther Duflo. No con grandes análisis de teoría macro o microeconómica, sino investigaciones muy específicas y puntuales sobre temas específicos, por ejemplo, cómo dar mejor educación, alimentar o desparasitar niños y niñas.

“El punto aquí es que se sabe lo que se quiere, pero no se sabe como lograrlo, cual es la barrera a superar”, explica Diana Mondino, economista y profesora de la Universidad del CEMA. “Este trabajo se engloba dentro del campo de los llamados ‘behavioral economics’, o economía del comportamiento, donde lo importante es saber los porqués de un problema, para actuar sobre ellos rápidamente. Uno de los casos más citados es el del uso y aplicación de vacunas en Africa. La investigación buscaba saber por qué no ocurre lo que no ocurre, ¿por qué no se hace determinada tarea?”, agrega.

Es un campo conocido como la economía experimental, que sólo se hace sobre la microeconomía, aplicando diferentes herramientas y testeando diferentes inventivos, para lograr un mismo objetivo.

Entre los casos que figuran en los papers publicados por los laureados (y la charla TED de Esther Duflo), figuran varios casos de libro, como el de las escuelas en Kenya, utilizando varios nano o microgrupos de niños con libros, ayuda escolar o comida en el colegio como incentivo y midiendo la performance de cada uno.

Otros casos incluyen el análisis de incentivos tales como darles una bolsa de comida a los padres que llevaban a sus hijos a darse las vacunas y pastillas contra parásitos infantiles. Los investigadores fraccionan a los niños y padres en varios grupos y luego sacan conclusiones. Si el grupo A logró el resultado y los grupos B y C no, entonces se puede fraccionar el problema de acuerdo a las posibles causas y ajustar los incentivos y la ayuda.

“Se trata de saber qué métodos funcionan y cuáles no -continúa Mondino-, y de los que funcionan, cuáles tienen mayor efecto. Es en realidad un concepto antiguo. Lo que es novedoso, es el tipo de problema al cual lo aplicaron. Es un enfoque muy práctico con infinitas aristas, porque no se puede saber exacto ‘por qué un niño no aprende’. Entonces lo que se trata es de identificar varios problemas, y se actúa sobre la causa, o sobre el incentivo. Es un enfoque pragmático: si el obstáculo no se puede superar, hay que saber qué se hace para superarlo”.

Aunque por supuesto, el enfoque nunca es solamente pragmático, porque en toda actividad humana –científica o no–, siempre hay ideas, y donde hay ideas, hay una ideología.

Y, por otro lado, los experimentos se tienen que replicar varias veces para demostrar que hay causalidad. Lo cual nos lleva directamente a un tema central del trabajo de Duflo, Kremer y Banerjee: el uso de la tecnología, tanto como herramienta de trabajo propia para sus investigaciones, sino cómo herramienta de mejora para la situación de las personas.

Entre sus tantos mensajes, el Nobel de Economía 2019 nos invita a regenerar un enfoque más amplio: aumentar el universo de lo que significa “tecnología”. No es solamente la Web sino acceso a información.

El punto es qué se define como “tecnología”. Normalmente, el término se usa para definir las tecnologías de la información: celulares, smartphones, Wi-Fi, PCs, Internet, etcétera. Pero la tecnología no es solamente eso: es, también, el uso de mejores semillas, redes para pesca más eficientes, mejores remedios, etcétera.

En este caso, la tecnología fue usada para seguir a las cohortes (subgrupos de individuos con características similares), evaluar sus hábitos y actitudes, y armar luego mapas mentales y visuales con información en tiempo real.

Lo cual lleva al centro de lo que habitualmente consideramos “adopción de tecnología”, que habitualmente tiene un sesgo orientado hacia las TICs, y no hacia el sentido amplio del término.

Porque si la persona aprende o no en un colegio, eso no depende del acceso al Wi-Fi, o de tener una laptop por niño. La tecnología también es una mejor semilla, un mejor arado o un inodoro autosustentable. Si el padre o madre del niño no tiene tiempo de llevarlo al colegio, el niño no aprende, por más que su aula esté conectada vía satélite con la Estación Internacional Espacial con una conexión de 850MB.

Para los que están (estamos) adictos a la adopción de tecnología, el trabajo de los tres Nobel es difícil de digerir porque nos da directo en un preconcepto arraigado y de enfoque estrecho: que la tecnología es solamente smartphones e Internet y que el acceso a la tecnología es algo buscado, necesitado y primordial para los estamentos de ingresos más bajos de la población.

Y, sin embargo, el trabajo de los laureados, demuestra que no es así. En el paper publicado por el Comité Nobel detallando los fundamentos del premio, se destaca lo siguiente: “Los investigadores trabajaron documentando un hecho empírico sorprendente: las economías de ingresos bajos y medianos abarcan enormes heterogeneidades en las tasas de retorno para los mismos factores de producción dentro de los países (…) En otras palabras, algunas empresas e individuos en los países en desarrollo usan la última tecnología, mientras que otras en el mismo país y sector usan métodos de producción obsoletos. En los países de altos ingresos, estas diferencias de productividad dentro del sector son mucho menores. Por lo tanto, una comprensión más profunda del problema del desarrollo requiere una explicación de por qué algunas empresas e individuos no aprovechan las mejores oportunidades y tecnologías disponibles. Banerjee y Duflo argumentaron además que estas asignaciones erróneas se remontan a varias imperfecciones del mercado y fallas del gobierno”.

Es decir que nuestra retórica sobre la potencia de la tecnología, la ansiedad de los grupos de bajos ingresos en adoptarla y su alto valor para las personas de estos grupos sociales, con las que solemos regodearnos, no siempre es tal. Podría ser que en algún momento, los tecnoadictos nos hayamos tragado nuestra píldora dorada, y creamos sinceramente que las personas y las empresas –sobre todo en cohortes de ingresos bajos– adoptan y dependen enormemente de la tecnología.

Y corremos el riesgo de no estar viendo bien lo que realmente pasa en esas mentes y esas vidas: la tecnología no se restringe solamente al enfoque estrecho de smartphones, redes sociales y WiFi y aunque los tengan, sus vidas y empleos no dependen de estos.

Es que, en teoría, la tecnología es todo aquello que no sea la persona desnuda. Y la tecnología requiere estructura, infraestructura, superestructura y sobre todo, entrenamiento. Para pasar del arado al tractor hace falta saber manejar, tener gasoil, reparar ruedas, conseguir repuestos, saber qué hacer con el tiempo libre que aparece súbitamente, etcétera.

Entre sus tantos mensajes, el Nobel de Economía 2019 nos invita a regenerar un enfoque más amplio: aumentar el universo de lo que significa “tecnología”. No es solamente la Web sino acceso a información. Pero también es decodificar genéticamente una semilla mejor que otra, o utilizar nuevos materiales de construcción. Las redes para los mosquito para la malaria son tecnología, y posiblemente tanto o más importantes que el Wi-Fi o un smartphone.

Bill Gates, que no ganó un Nobel, pero algo ha logrado en su carrera, se dedica a innovar en redes antimosquito e inodoros autosustentables en los países en vías de desarrollo. Quizás Gates no sepa mucho de tecnología. O tal vez nosotros y nosotras estamos mirando el lado corto del asunto.

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